Historia Amatista

Historia Amatista

«Las piedras recuerdan. Solo necesitas escuchar.»

Eso era lo que siempre le decía la abuela de Elena cuando era niña. Nunca le prestó demasiada atención. Para ella, su abuela era solo una mujer excéntrica que hablaba de energías, rituales y memorias atrapadas en cristales. Pero ahora, de pie frente al escritorio de madera antigua, sosteniendo un colgante de Amatista en sus manos, empezaba a cuestionarlo todo.

La abuela había muerto hacía una semana, dejando una pequeña herencia a cada miembro de la familia. A su madre le dejó una colección de libros viejos. A su tía, una caja de recetas ancestrales. Y a Elena, el collar de Amatista que había llevado toda su vida.

—¿Por qué a mí? —susurró, acariciando la piedra con el pulgar.

No había respuesta. Solo el peso frío de la joya contra su piel.

Esa noche, Elena no podía dormir. Se sentía inquieta, como si la piedra en su cuello pulsara suavemente, como un corazón latiendo.

Cerró los ojos y, en la penumbra de su habitación, escuchó una voz.

—Vuelve a casa.

Elena se incorporó de golpe. ¿Había sido un sueño? ¿O acaso… la Amatista acababa de hablarle?

No era una persona supersticiosa, pero algo en su interior le decía que debía hacer caso a ese mensaje.

Al día siguiente, tomó el primer tren hacia el pequeño pueblo donde había crecido, donde su abuela había vivido toda su vida.

La casa de su abuela estaba intacta, con su aroma a incienso y té de lavanda impregnado en las paredes.

Elena recorrió los pasillos, recordando su infancia, cuando su abuela le hablaba de la Amatista:

—Esta piedra está ligada a nuestra familia. Todas las mujeres antes que tú la llevaron. Es un puente entre nosotras.

Elena nunca lo creyó. Pero ahora, con la Amatista brillando suavemente contra su pecho, empezó a preguntarse si su abuela tenía razón.

En un impulso, fue a la habitación de su abuela y abrió el cajón más bajo del escritorio. Dentro, encontró un sobre con su nombre escrito a mano.

«Elena, si estás leyendo esto, es porque has sentido la llamada. No temas. La Amatista no solo guarda energía, sino también recuerdos.
Úsala en el lugar donde todo comenzó.»

¿Qué significaba eso? ¿Dónde había comenzado qué?

Esa noche, Elena salió de la casa con la Amatista colgando de su cuello, sin saber exactamente a dónde ir. Pero sus pies parecían conocer el camino.

Terminó en el viejo jardín trasero, donde de niña jugaba entre las flores mientras su abuela la observaba. Se detuvo en el centro del patio y, sin saber por qué, se agachó y tocó la tierra con las manos.

Entonces, sucedió.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Imágenes, emociones, recuerdos que no eran suyos invadieron su mente.

Vio a su abuela de joven, de pie en ese mismo lugar, sosteniendo la Amatista con lágrimas en los ojos.
Vio a su bisabuela, en otra época, pronunciando un juramento de protección.
Vio a una mujer aún más antigua, cuyos rasgos no reconocía, enterrando algo bajo la tierra.

Elena cayó de rodillas, con la respiración entrecortada. La Amatista no solo era una joya. Era un archivo de memorias, una herencia viva que pasaba de generación en generación.

Y ahora, ella era la nueva guardiana de esa historia.

Al día siguiente, Elena no tomó el tren de regreso. Se quedó en la casa de su abuela, dispuesta a descubrir cada secreto que la Amatista tenía para contarle.

Porque por primera vez en su vida, las piedras hablaban, y ella estaba lista para escuchar.

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