Historia Mano de Fátima

Historia Mano de Fátima

El cielo de Estambul se teñía de tonos dorados cuando Lina atravesó las estrechas calles del Gran Bazar. Las voces de los comerciantes, el aroma del café turco y el tintineo de las joyas creaban una sinfonía caótica y vibrante. No estaba allí como turista. Estaba en busca de un recuerdo.

El viaje había sido un impulso. Después de su reciente ruptura, necesitaba alejarse de todo. Un cambio de aire, un nuevo comienzo.

Sin saber por qué, se detuvo frente a un pequeño puesto de joyas antiguas. En el centro del mostrador, un colgante capturó su atención: una Mano de Fátima de plata envejecida, con una piedra azul incrustada en el centro.

—Es muy antigua —susurró el joyero, un anciano de barba blanca—. Perteneció a una mujer que cambió su destino.

Lina sintió un escalofrío.

—¿Quién era?

El anciano sonrió.

—Si el amuleto te ha llamado, tal vez debas descubrirlo por ti misma.

Esa noche, Lina no pudo dormir. Sostuvo la Mano de Fátima entre sus dedos y, por un instante, sintió un leve calor emanando de la piedra azul.

De repente, una imagen irrumpió en su mente:

Una mujer vestida con un velo de seda cruzaba un patio iluminado por faroles. Sus pasos eran silenciosos, pero su mirada determinada. Era una fugitiva.

Lina despertó de golpe. No era un sueño común. Era un recuerdo.

Al día siguiente, regresó al bazar. Pero el joyero y su puesto habían desaparecido.

Intrigada, decidió investigar sobre la Mano de Fátima. Descubrió que en el siglo XVIII, una mujer llamada Yasmina fue acusada de conspirar contra el sultán.

Una mujer que había escapado de palacio… y que llevaba consigo un amuleto idéntico al suyo.

Lina sintió que su piel se erizaba. ¿Y si el colgante que tenía en sus manos había pertenecido a Yasmina?

Guiada por su intuición, visitó la biblioteca más antigua de Estambul. Entre los archivos polvorientos, encontró un relato olvidado:

«Se dice que Yasmina, antes de huir, selló un juramento. Entregó su historia a la Mano de Fátima, para que quien la encontrara pudiera recordar su lucha y recuperar su fuerza.»

Lina cerró los ojos. No era casualidad que el amuleto la hubiera encontrado a ella en un momento de su vida en el que necesitaba fortaleza.

De repente, lo entendió. La Mano de Fátima no solo era un amuleto de protección. Era un vínculo con todas las mujeres que habían luchado antes que ella.

Yasmina no había dejado solo un símbolo. Había dejado su coraje, su determinación, su voz.

Lina sonrió. Ya no era la misma mujer que llegó a Estambul.

Guardó la Mano de Fátima en su cuello y salió a la ciudad, lista para escribir su propia historia.

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