Cuenta una historia que en un valle rodeado de montañas doradas, vivía una joven llamada Amara. Su madre le había dejado un legado muy especial: un colgante de plata con una piedra llamada Ojo de Tigre.
Desde niña, Amara había escuchado las historias sobre el poder de la piedra. Su madre le decía que el Ojo de Tigre protegía a quienes lo llevaba y les daba la fuerza del propio felino que le daba nombre: coraje, determinación y la capacidad de ver más allá de lo evidente.
Amara solía acariciar la piedra cada vez que se sentía insegura o temerosa. La vida en el valle no era fácil para las mujeres; se esperaba que fueran obedientes y muchas veces sus opiniones eran ignoradas. Amara, sin embargo, tenía un espíritu libre y soñaba con cambiar las cosas para las mujeres de su comunidad, pero no sabía cómo…
Un día, una terrible sequía azotó el valle. Los campos estaban secos y los animales comenzaban a morir de sed. Los ancianos del pueblo decidieron enviar a un grupo de hombres fuertes a buscar agua a las montañas. Sin embargo, Amara sabía algo que los demás no: en sus paseos por la montaña cuando era niña, su madre le había mostrado un manantial escondido. No era fácil de encontrar, pero recordaba que estaba cerca de una formación rocosa que parecía un tigre agazapado.
Cuando Amara les habló a los hombres del manantial, ellos se rieron y dijeron que no confiaban en «el recuerdo de una niña». Desestimaron sus palabras y salieron en dirección opuesta. Amara sintió la furia hervir en su pecho, pero también la tristeza de saber que, aunque tenía la información correcta, su voz no era escuchada.
Esa noche, mientras el pueblo entero esperaba el regreso del grupo, Amara decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Miró el colgante de Ojo de Tigre que su madre le había dado y lo sostuvo con fuerza. Cerró los ojos y sintió una calidez recorrer su cuerpo, una sensación de valentía que no había sentido antes. Se dio cuenta de que la fuerza de la piedra no estaba sólo en su apariencia brillante, sino en la confianza que le otorgaba. Amara se dijo a sí misma que tenía que actuar, aunque fuese sola.
Con el colgante colgando sobre su pecho, se adentró en la oscuridad de la montaña, guiada por el recuerdo del manantial escondido y por la determinación que sentía en su corazón. Caminó durante horas, a veces asustada, pero sin dejarse vencer. La luz de la Luna se reflejaba en la piedra y Amara la veía como una guía, un recordatorio de que la visión clara y la determinación son la verdadera fuerza de cualquier ser.
Finalmente, llegó a la formación rocosa que parecía un tigre agazapado. Allí estaba el manantial, más pequeño de lo que recordaba, pero con suficiente agua para ayudar a su gente. Amara llenó varios recipientes que había llevado consigo y decidió regresar, pero esta vez, no lo haría en silencio.
Al llegar al pueblo, los aldeanos despertaron sorprendidos por el sonido de su voz que les llamaba. Amara mostró los recipientes llenos de agua y les contó lo que había hecho. Todos se reunieron a su alrededor, algunos asombrados, otros avergonzados de haber dudado de ella. La hija del jefe fue la primera en acercarse. Miró a Amara con admiración y dijo – Si amara pudo encontrar el agua sola, nosotras también podemos ayudar a salvar nuestro valle.
Esa noche, mientras los hombres descansaban de su infructuosa búsqueda, un grupo de mujeres, liderado por Amara, se organizó para ir al manantial. Con valentía y unidad, llevaron más recipientes y, en varias jornadas, lograron transportar suficiente agua para salvar los cultivos y a los animales. La sequía aún seguía, pero el pueblo ahora tenía esperanza, gracias a las mujeres que habían demostrado coraje y determinación.
Después de esos días, la voz de Amara nunca más fue ignorada. Las mujeres del pueblo empezaron a reunirse para compartir sus ideas y experiencias, y lentamente, las decisiones comenzaros a ser tomadas por todos, sin importar el género. Amara, con el Ojo del Tigre siempre sobre su pecho, se convirtió en un símbolo de liderazgo y valentía. Entendió que la verdadera visión no está sólo en los ojos, sino en el corazón de quienes se atreven a ver más allá de lo establecido.
Y así, la piedra del Ojo de Tigre, se convirtió en un símbolo para todas las mujeres del valle: un recordatorio de que, al igual que el tigre, cada una de ellas tenía una fuerza poderosa en su interior, una fuerza que las guiaba a proteger, liderar y transformar su comunidad para mejor.