De la Mitología Melanesia (región de Oceanía situada en el suroeste del océano Pacífico, al noreste de Australia) podemos disfrutar de esta Leyenda:
Cuenta la leyenda, que en una remota isla de Melanesia, mucho antes de que la Luna iluminara el cielo nocturno, vivía una anciana sabia y solitaria. Nadie en el poblado sabía con certeza de dónde venía ni cuántos años tenía, pero todos respetaban su presencia y la miraban con curiosidad.
En su humilde cabaña, la anciana guardaba un misterioso frasco de barro, sellado con fuerza y escondido en lo más profundo de su hogar. Los aldeanos no sabían qué contenía, pero algunos murmuraban que era un tesoro sagrado, mientras que otros decían que encerraba un poder desconocido.
Un día, un grupo de jóvenes del poblado, movidos por la curiosidad y la impaciencia, decidieron descubrir el secreto del frasco. Aprovechando que la anciana se había alejado a buscar hierbas en el bosque, entraron sigilosamente en su casa.
Allí, entre viejos utensilios y cestas de palma tejida, encontraron el frasco oculto bajo un manto de fibras secas. Con manos temblorosas y ojos brillantes por la emoción, lo tomaron y, sin pensarlo mucho, rompieron el sello que lo mantenía cerrado.
En cuanto la tapa se abrió, una luz resplandeciente se desbordó del frasco, iluminando la cabaña con un fulgor plateado. Asustados, los jóvenes intentaron contenerla, pero la luz era indomable. Como si tuviera vida propia, la luz ascendió con rapidez, escapando por el techo de la cabaña y elevándose más y más en el cielo.
Los jóvenes intentaron alcanzarla, extendiendo sus manos en un intento desesperado de retenerla. Pero ya era demasiado tarde. La luz subió hasta lo más alto del firmamento y allí, ante los ojos atónitos de todo el poblado, se convirtió en la Luna.
Desde entonces, cuando los aldeanos miraban la Luna en la noche, podían ver en su superficie las sombras y marcas que dejó aquel intento de retenerla, como huellas de las manos de los jóvenes que, por su curiosidad, liberaron la luz que había estado oculta en el frasco de la anciana.
Y así, la Luna comenzó a iluminar las noches de Melanesia y del resto del mundo, recordándonos que algunos secretos están destinados a ser descubiertos, aunque sus consecuencias sean irreversibles.