El Origen del Ojo Turco

El Origen del Ojo Turco

Cuenta una leyenda Turca, que Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de Anatolia, vivía una joven madre que acababa de dar a luz a su primer hijo, un niño de ojos tan azules como el cielo en primavera. Desde su nacimiento, el pequeño fue admirado por todos los aldeanos, quienes elogiaban su belleza con palabras llenas de asombro.

—Nunca hemos visto un niño tan hermoso —decían las mujeres del pueblo al pasar junto a la casa del recién nacido.

Sin embargo, con los elogios llegaron también las miradas de envidia. En la aldea se decía que las palabras de admiración, cuando eran pronunciadas con malas intenciones, podían traer desgracia a aquellos que las recibían. El mal de ojo era temido por todos, pues se creía que su influencia podía enfermar a las personas, marchitar los cultivos y traer mala fortuna.

Pronto, la madre notó que su hijo comenzó a enfermar sin razón aparente. El niño lloraba por las noches, su piel se tornaba pálida y su energía disminuía día a día. Desesperada, buscó la ayuda de la anciana más sabia del pueblo, quien conocía los secretos de la naturaleza y los antiguos remedios.

Cuando la madre llegó a su puerta, la anciana la recibió con una mirada compasiva y examinó al pequeño.

—No es una enfermedad común —dijo con gravedad—. El mal de ojo ha caído sobre tu hijo.

La madre sintió su corazón encogerse de miedo.

—¿Cómo puedo protegerlo? ¿Cómo puedo librarlo de esta maldición?

La anciana sonrió con ternura y tomó su mano.

—Hay un antiguo secreto que nuestros ancestros usaban para desviar la energía negativa. Debemos atrapar las miradas en un ojo que no sea humano, un ojo que proteja en lugar de dañar.

Esa noche, bajo la luz de la luna, la anciana y la madre fueron a un viejo taller de vidriería en las afueras del pueblo. Allí, con sus propias manos, fundieron vidrio en un fuego sagrado, mezclando arena, agua de manantial y sales minerales. Mientras el vidrio líquido tomaba forma, la anciana agregó un pigmento especial, obtenido de una piedra rara encontrada en el fondo del mar.

El resultado fue un hermoso amuleto circular azul con un centro negro rodeado de blanco y celeste, replicando la imagen de un ojo.

—Este ojo será un escudo —dijo la sabia anciana—. Absorberá la envidia y la devolverá a la tierra de donde vino.

La madre ató el amuleto con un hilo rojo y lo colocó sobre la cuna de su hijo. A partir de ese momento, el bebé dejó de llorar, su piel recuperó su color y su energía volvió.

El milagro no pasó desapercibido. Las mujeres del pueblo, maravilladas por la recuperación del niño, comenzaron a fabricar sus propios amuletos de ojo azul para proteger a sus familias y hogares.

Así nació la tradición del Ojo Turco, conocido en Turquía como nazar boncuğu.

Con el tiempo, la historia del primer Ojo Turco se extendió por toda Anatolia y más allá. Las generaciones siguientes adoptaron este amuleto como símbolo de protección, colocándolo en las puertas de sus casas, en los coches, en las muñecas de los recién nacidos y en colgantes alrededor del cuello.

Se creía que si un Ojo Turco se rompía, significaba que había absorbido una energía negativa, protegiendo así a su dueño.

Hoy en día, siglos después de aquella noche en que se forjó el primer Ojo Turco , este símbolo sigue siendo un escudo contra el mal de ojo en Turquía y en muchas otras partes del mundo.

Porque hay creencias que el tiempo no borra, y hay símbolos que siguen protegiendo a quienes creen en ellos.

Regresar al blog

Deja un comentario